Post by Ter on Apr 21, 2006 2:53:21 GMT -5
Cuando París fue una fiesta por Gaudio
Un año, ya... Un año de aquella epopeya argentina, con tres compatriotas en las semifinales. Un año de la histórica final entre Gastón Gaudio, el campeón que no estaba en los planes de nadie, y Guillermo Coria, el favorito que se quedó en el umbral de la gloria máxima. Un año del domingo 6 de junio de 2004, fantástico domingo, en el que el Gato tocó el cielo celeste de París... Como 27 años antes lo había tocado Guillermo Vilas, el maestro... Ese Vilas que estaba ahí, junto a los dos modernos gladiadores, en la ceremonia de premiación, recibiendo la admiración unánime, abrazando a Gaudio y consolando a Coria. Un año pasó, es cierto: el almanaque lo canta. Pero la conmoción, la emoción, la piel erizada, el corazón galopante, la garganta seca, los ojos brillosos siguen siendo los mismos (o casi) cuando uno hace el saludable ejercicio de la memoria.
Coria arrasaba con los rivales. Gaudio iba de menor a mayor. Así llegaron al día de los sueños: dos argentinos en la final de Roland Garros, como nunca antes había ocurrido en la rica historia de los Grand Slam. Y quince mil personas se apretaron en el hermoso Philippe Chatrier, y resistieron el sol implacable, y se sacudieron con un duelo de 3 horas y 31 minutos que lo tuvo todo, absolutamente todo: juego, talento, improvisación, inventiva, suspenso, tensión, dramatismo, confusión, sufrimiento, drama, incredulidad, temor. Y fue paseo de Coria en los dos primeros sets (6-0, 6-3), cuando Gaudio literalmente se quería ir a su casa. Y el Gato se levantó de a poco, resucitó, asomó la cabeza, a partir de una ola gigantesca que armó la gente para trasladarle su apoyo y que lo ayudó a ganar el tercer capítulo después de estar 3-4. Y Coria se desinfló, porque pidió médico para reconstruir su agarrotado gemelo izquierdo, y ya no fue el mismo de antes: del altivo ganador pasó a ser un jugador falible, con más dudas que certezas. Y Gaudio se quedó con el tercero (6-4) y con el cuarto (6-1), sets en los que Guillermo se asemejó a un fantasma. Y en el quinto, los dos parecieron maniatados por el miedo, por la presión, por la responsabilidad: ninguno se atrevía a apretar el acelerador al mango, a gritar con toda la voz acá estoy yo y voy a ser el campeón. Y a Coria se le escurrieron dos match points increíbles (derechas anchas). Y Gaudio, un canto al revés, inventó uno majestuoso, cruzado, incontestable (8-6), y lloró de alegría y de desahogo. Y armó su fiesta el Gato. Y su "no puede ser, no puedo haber sido yo, es imposible" conmovió tanto como el llanto posterior de Coria, en una conferencia de prensa que se hizo sentido monólogo.
Un año se cumple hoy de aquel 6 de junio. Bendito Roland Garros. Bendita memoria.
Un año, ya... Un año de aquella epopeya argentina, con tres compatriotas en las semifinales. Un año de la histórica final entre Gastón Gaudio, el campeón que no estaba en los planes de nadie, y Guillermo Coria, el favorito que se quedó en el umbral de la gloria máxima. Un año del domingo 6 de junio de 2004, fantástico domingo, en el que el Gato tocó el cielo celeste de París... Como 27 años antes lo había tocado Guillermo Vilas, el maestro... Ese Vilas que estaba ahí, junto a los dos modernos gladiadores, en la ceremonia de premiación, recibiendo la admiración unánime, abrazando a Gaudio y consolando a Coria. Un año pasó, es cierto: el almanaque lo canta. Pero la conmoción, la emoción, la piel erizada, el corazón galopante, la garganta seca, los ojos brillosos siguen siendo los mismos (o casi) cuando uno hace el saludable ejercicio de la memoria.
Coria arrasaba con los rivales. Gaudio iba de menor a mayor. Así llegaron al día de los sueños: dos argentinos en la final de Roland Garros, como nunca antes había ocurrido en la rica historia de los Grand Slam. Y quince mil personas se apretaron en el hermoso Philippe Chatrier, y resistieron el sol implacable, y se sacudieron con un duelo de 3 horas y 31 minutos que lo tuvo todo, absolutamente todo: juego, talento, improvisación, inventiva, suspenso, tensión, dramatismo, confusión, sufrimiento, drama, incredulidad, temor. Y fue paseo de Coria en los dos primeros sets (6-0, 6-3), cuando Gaudio literalmente se quería ir a su casa. Y el Gato se levantó de a poco, resucitó, asomó la cabeza, a partir de una ola gigantesca que armó la gente para trasladarle su apoyo y que lo ayudó a ganar el tercer capítulo después de estar 3-4. Y Coria se desinfló, porque pidió médico para reconstruir su agarrotado gemelo izquierdo, y ya no fue el mismo de antes: del altivo ganador pasó a ser un jugador falible, con más dudas que certezas. Y Gaudio se quedó con el tercero (6-4) y con el cuarto (6-1), sets en los que Guillermo se asemejó a un fantasma. Y en el quinto, los dos parecieron maniatados por el miedo, por la presión, por la responsabilidad: ninguno se atrevía a apretar el acelerador al mango, a gritar con toda la voz acá estoy yo y voy a ser el campeón. Y a Coria se le escurrieron dos match points increíbles (derechas anchas). Y Gaudio, un canto al revés, inventó uno majestuoso, cruzado, incontestable (8-6), y lloró de alegría y de desahogo. Y armó su fiesta el Gato. Y su "no puede ser, no puedo haber sido yo, es imposible" conmovió tanto como el llanto posterior de Coria, en una conferencia de prensa que se hizo sentido monólogo.
Un año se cumple hoy de aquel 6 de junio. Bendito Roland Garros. Bendita memoria.